Adrià Puntí “Enclusa i un cop de mall”

 

Adrià Puntí a l'Auditori  Adrià Puntí “Enclusa i un cop de mall” Adri   Punt   a lAuditoriTras más de una década en el fondo del abismo, Adrià Puntí ha regresado entre los vivos cual profeta Zaratustra de las montañas para transmitirnos su conocimiento del mundo con su sana locura y su loca lucidez. Ha cambiado el rojo satánico de su atuendo por el negro luctuoso y, protegido por un sombrero entre chamánico y prestidigitador, ha dejado atrás el caos endiablado y la demencia más demoníaca de esos años para resurgir renovado, tranquilo y genial con voz honda y cavernosa. Eso sí, como pago al diablo para poder escapar de las catacumbas infernales de su mente, sacrificó entre gritos su agudo y particular falsete en detrimento de una nueva profundidad y textura gutural a lo Tom Waits. A ver, cierto es que Adrià sigue siendo Adrià, pero, si bien el joven fue el locuelo de los “rostolls”, luego vino el loco de la colina y hasta hubo el loco de atar, ahora resurge como el loco de espíritu sano que enamora: el del teléfono rojo. Fuere como fuere, con el público en el bolsillo desde antes de sentarse en el Auditori, el concierto de “Enclusa i un cop de mall” fue, como el genio de Salt, un espectáculo poliédrico y calidoscópico, a saber: un ensayo entre amigos inicial, una noche de armónica, piano y guitarra en plan Americana cruda (como en “Senyor Doctor” o en las colosales “Esperit” o “Tornavís”, con la que cierra su particular ciclo musical familiar), un concierto de rock (“Entre tú y tú yo”) o, directamente, de rock duro (recuperando “Jeu”, el corte más iracundo de su disco debut), una velada de jazz (bajo la suave y soñolienta “Tarda d’agost” o “Esbrina”, punta del iceberg del romanticismo de su último álbum), un cabaret trasnochado (con la afamada “Sí” en parte por la versión de Bunbury), un tango desgarrado (“Un cor emigrant”), un blues travieso al son del saxofón (“Fill de presons”), una mirada pretérita a Umpah-Pah (con “El boulevard dels xiprers” un alud de flores del mal –y también del bien– inundó la memoria de todos los presentes), un monólogo de la risa entre la autoparodia y el clown que le habita (como en el prólogo de “Ull per ull”, que fue mágica y levitante como siempre) e, incluso, una fiesta de aniversario coronada con una jam de free jazz cuando el show paró durante un cuarto de hora para festejar el cumpleaños del guitarrista Lluís Costa, entre cava y cigarrillos. Mención especial se mereció el final del concierto cuando, después de “Ull per ull” –emotiva y entusiasta como siempre y como pocas–, puso el último clavo “La rialla del meu cor”, canción resumen de su momento vital con compendio en sí (mayor) de regalo: emoción a cántaros con lágrimas del propio Puntí al arrancar con un “No ric: ploro, però m’aguanto”, dedicatoria a su padre Narcís, glosolalias varias en su peculiar idiolecto, canturreo característico con voz de pato y participación en los coros del respetable, completamente entregado y de pie.

Arropado por la excelente Rauten Blues Band, el sabio vilatrista está de vuelta y en estado de gracia puesto que puedes darle un vuelco al desastre. Por lo tanto, que dure, dure la buena suerte pues parece ayer que todo era oscuro: y así era porque, con “La clau de girar el taller”, este profeta nietzscheano, luego de un tiempo de mirar al abismo y ver al abismo devolverle la mirada, vuelve a ser él la mirada del abismo que nos mira.

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