Texto: Fernando Fuentes (agosto 2020)
En los últimos meses han corrido ríos de tinta virtual sobre un asunto que nos preocupa mucho a los que, de alguna manera u otra, tenemos algo que ver con la industria de la música electrónica en España y, más en concreto, con el clubbing. Aunque se trata de una pandemia, con un conocido tremendo impacto global, en territorios como el nuestro todo se agrava aún más debido a una serie de circunstancias coyunturales que aquí vamos a exponer y analizar.
Mucho se habla sobre en qué estado ha quedado, y como será, dicha escena tras el covid-19. Pero para ello igualmente importante es hacer un diagnóstico de la situación hoy en día, como retrotraernos en el tiempo -yéndonos unos días antes de estallar esta gravísima crisis sanitaria en nuestro país- para ver realmente de qué salud gozaba el sector antes de irse por el desagüe, por un parón económico que ya se extiende más de cinco meses. Y sin un final aún a la vista.
Queda claro que los efectos tremendos de este inesperado colapso son los únicos culpables directos de que el clubbing esté atravesando por su peor momento recordado. Como también que éste vivía en una burbuja con crecimiento exponencial y desmadrado que, más pronto que tarde, tenía que terminar explotando. Pero es necesario recordar el pulso que tenía en aquellos tiempos pre-coronavirus para entender cómo es posible que 150 días después todo esté en coma profundo y sin demasiados visos de mejora, al menos en este verano y los meses que restan hasta el advenimiento del 2021, año en el que confiamos (quizá, de forma demasiado optimista) en que todo se pueda ir recuperando -en ‘v’ o en curva tipo logo de Nike- para salir de la “nueva normalidad” para volver a la ahora considerada como bendita “vieja anormalidad”.
¿CÓMO ESTABA EL PATIO –LÉASE, LA PISTA DE BAILE, ANTES DE LA PANDEMIA?
La realidad a 11 de marzo de 2020 es que la mal llamada industria (ni la hay, ni se la espera) de la música electrónica en España estaba intubada y en la UCI. Lo cierto es que atravesaba por un momento muy delicado, seguramente uno de los peores desde que despuntó el nuevo siglo. Esta nefasta calificación se basa en dos cuestiones básicas: un sector artístico, vinculado estrechamente a lo cultural, en el que solo un 15% de sus actores -DJS, productores, promotores, periodistas y demás implicados directamente en él- consiguen ganar para vivir a través de su trabajo es un nicho profesional estrangulado, en muerte súbita.
Huelga decir que desde hace ya demasiados años todo el dinero –léase, muchos cientos de millones de euros al año- que se mueve en el clubbing se lo reparten entre una docena de manos. También es sabido que estos mismos, o anejos, son los que mecen los dancefloors, controlando los bookings de DJS tops oriundos y foráneos, esos mismos que se reparten, como si de un sabroso pastel se tratara, los line-ups de los principales festivales y las sesiones mejor pagadas en los top-clubs del país, sobre todo los ubicadas en la aun todopoderosa isla blanca. Todo esto ha hecho aún más marginal a un nicho underground –rico por calidad, variedad y riesgo- que ha visto como se le ha negado el pan y la sal a la hora de dar el salto a esas primeras ligas en las que sí se puede soñar con poder convertirse en un profesional para llegar a poder comer de esto. En resumen, el 90% del volumen de negocio de la música electrónica en España está en manos de un lobby empresarial caracterizado por unas ansias de dinero extraordinarias, casi insaciables y lo que es peor, con cero aprecio por lo realmente importante: la música en sí.
DE ÉSTA, SI SALIMOS, NO LO HACEMOS MÁS FUERTES
Una vez conocido esto, se entiende bastante mejor que este parón de cuatro meses haya supuesto el fin de una era, al menos como la conocíamos antes. Pero no nos engañemos, no hacían falta 150 días de inactividad para darle la puntilla a un sector en el que la brecha entre los ricos (10%) y los pobres (90%) es abisal. A las pocas semanas del K.O. por el confinamiento, el sector de la música electrónica ibérica ya había entrado en un coma profundo del que aún no ha despertado. De hecho solo gracias a iniciativas impulsadas por colectivos del underground han mantenido viva la llama y la esperanza gracias a unos streamings cuidados desde la calidad exigida a los DJS invitados y la técnica en sus retransmisiones. Bien por ellos.
¿Y por qué los todopoderosos -antes referidos- no han movido un dedo para salvar a ese clubbing que tan millonarios los ha hecho? Porque ellos ya saben que esta crisis es solo temporal, tiene los meses contados. Manejan información privilegiada y son conocedores de que en 2021 –ya para el segundo semestre- todo volverá a sus niveles pre-covid19 y sus pingues fondos les permiten holgadamente aguantar a que pase un siroco que les ha hecho mucho daño; pero no ha conseguido acabar con ellos… ni mucho menos. Es más, esta crisis ha servido para hacer una limpieza interna en el seno del sector –sobre todo en lo que afecta a la vertiente más independiente- que ellos habrían pagado para poder activarla. Se han quedado sin competencia alguna, si es que la tenían. Y, además, sin costarles un euro. Están tranquilos a la espera de que escampe, a sabiendas de que lo hará. Y entonces será cuando volverán a contar sus beneficios con tantos ceros que marearán de nuevo a propios y extraños, como en los viejos tiempos de 2019. De esta no salimos más fuertes. Al menos nosotros no. Ellos sí, como siempre.
Podemos reafirmarnos en tales afirmaciones con dos ejemplos tan visibles como flagrantes: ¿Hay algún festival masivo de techno o mega discoteca -de Ibiza, por ejemplo- que haya informado de que van a bajar el precio de sus entradas para la temporada que viene? No. ¿Algún top-DJ se ha bajado el caché, de forma considerable, para pinchar en estas próximas semanas y ayudar en esas contrataciones al promotor que se debe ajustar a aforos del 40%, en el mejor de los casos? Tampoco. No les hace falta. Todo pasará y ellos seguirán allí sabiendo, además, que lo estaremos esperando para hacernos bailar de nuevo hasta que salga el sol.
Mientras en la parte más baja de base de la pirámide -en las que se sitúan los DJS, productores, promotores y medios de comunicación más undergrounds y por ello modestos- todo el mundo está arrimando el hombro –bajando sus cachés, adaptando sus sesiones y lives a formatos más pequeños, ajustando el precio de sus campañas de promoción hasta el mínimo, etc.- para mantener con algo de pulso una actividad comatosa, allí arriba nadie se inmuta. Han decidido aguantar el chaparrón sin hacer nada. No van ayudar, ni lo más mínimo, a esa prominente cantera de artistas nacionales de las que se nutren después y que ahora necesitan, más que nunca, su apoyo. No hay plan de choque desde lo privado. La profunda ruina de nuestro sector no va con ellos. Quizá porque nunca han sido realmente de los nuestros. Solo están aquí por dinero y ahora, que no lo hay, lo mejor es esperar a que lo tengamos de nuevo para seguir engordando un monstruo feroz y despiadado al que, además, no le gusta bailar.
POR UN CLUBBING PÚBLICO
Quizá es el momento para que, en España, a la música electrónica –ya alejada de los rancios y trasnochados estigmas- se la reconozca como la disciplina cultural y artística que es. Y que por ello quizá es el momento de luchar por un clubbing público en el que, al igual que sectores musicales -como el indie, el pop o el jazz, etc.- se pueda acceder a ayudas económicas por parte de las diferentes Administraciones del Estado para animar e impulsar un sector en el que hay tanto talento emergente -o más- que en los referidos. No se nos puede seguir negando el futuro, ya que presente no tenemos. Y aún menos en un momento tan crítico como este.