Brian Wilson y Radiohead elevan el listón de un festival que alcanza los 200.000 espectadores en el Fórum y se abre paso por el centro de Barcelona
Unas 200.000 personas, -cerca de 60.000 en cada uno de los tres días principales, más 20.000 de la jornada de apertura-, de 124 países han abarrotado el Parc del Fórum en la decimosexta edición de un Primavera Sound que tuvo que colgar el cartel de ‘sold out’. Después de ocho conciertos en Apolo entre lunes y martes, el miércoles Suede reivindicó la vigencia de su elegante britpop, heredero del glam y de Bowie. Un Brett Anderson juvenil pese a sus 49 años no se complicó la vida y tiró de hits, consciente que el día siguiente ya presentaría los nuevas temas de “Night thoughts” en el Auditori (el segundo show se limitó a una película y al grupo tocando detrás). Su álbum fetiche, “Dogman star”, -todavía con Bernard Butler, que aquí tocó con Ben Watt Band-, fue desgranado con generosidad: ‘We are the pigs’, la majestuosa ‘Still life’ o ‘New generation’, con la que puso el broche final para complementar la versión acústica de ‘She’s in fashion’. Aunque no se atrevieron con ‘The wild ones’, sonaron éxitos rotundos como ‘So young’, ‘Animal nitrate’, ‘Trash’, o ‘Beautiful ones’, eterno canto a la estética y la juventud.
El protagonismo del jueves estuvo bien repartido: Destroyer y su poética inclasificable recitada por el carismático cantante Dan Bejar, -el momento álgido llegó con ‘Kaputt’-; el post-rock de mini-sinfonías catárticas de Explosions in the Sky o los neoyorquinos LCD Soundsystem, que regresaban después de cinco años.
En plena luz del día del viernes, el minúsculo Ray-Ban Unplugged acogió la calidez sorprendente del australiano Jack Carty. Un cantautor al uso que, a pesar de los decibelios gamberros y la algarabía punk-garage de Neil Michael Hagerty que se degañitaba cerca, supo conquistar con la guitarra y la armónica. Incluso se permitió la licencia de invitar a su novia para cantar una balada. Y el trío femenino Savages prendió la mecha con su desenfadado punk mientras su cantante se divertía manteada entre los brazos del respetable.
A Beirut le tocó el peaje de actuar antes de Radiohead y la expectación para ver a los de Thom Yorke fue tal que el público esperó más de una hora de pie, mirando a Beirut por las pantallas laterales mientras el sonido apenas llegaba por detrás. Con sus melodías revolucionarias, -las más recientes todavía están pendientes de comprender totalmente, al mismo tiempo que las antiguas se han ido asimilando-, fueron agasajados como dioses. El silencio sepulcral con el que se escuchaban algunos temas contrastaba con los alaridos que provocaban ciertos estribillos. Dos horas distribuidas en 23 canciones y regalos inesperados como ‘Pyramid song’ o ‘Street spirit’, cierre del disco ‘The bends’ y del repertorio, con su épico verso final ‘immerse your soul in love’. La locura se la llevaron ‘Karma police’, esa actualización de ‘Bohemian Rapsody’ llamada ‘Paranoid android’, -una montaña rusa de ritmos, medio rockera, medio balada-, y ‘Creep’, que ya habían ofrecido en actuaciones cercanas. Clamor y júbilo entre una multitud de hipsters y ‘modernos’ con frondosas barbas que hace una década hubieran sido catalogados de ‘hippies desaliñados’.
En cuanto al sábado, triunfaron The Chills, pioneros del movimiento Dunedin Sound, indie-pop surgido en el ambiento universitario de la Nueva Zelanda post-punk, con líneas de bajo mínimas, sonido lo-fi y barra libre para los teclados. El quinteto liderado por Martin Phillips se disculpó por haber tardado 36 años en visitarnos y alimentó un inminente regreso a base de himnos tan medidos como poco mediáticos. A las ocho, mientras atardecía y Manel salvaba con dignidad su desabrido giro electrónico, turno para la sesión nostálgica del ‘Pet Sounds’, la obra maestra que motivó Paul McCartney a mejorar y concebir el ‘Sgt Peppers Lonely Heart’s Club Band’. Con 74 años y un sobrepeso inversamente proporcional a su apariencia frágil, Brian Wilson, cabeza visible de los Beach Boys y único superviviente de la saga, se sentó en el piano como si estuviera en el sofá de su casa. Pero se esforzó en que su voz grave diera la réplica al impecable falsete de Matt Jardine. Un equipo titular de doce acercó un poco más el mar y todo el mundo se subió a las olas surferas de ‘I get around’, ‘California girls’ o ‘Good vibrations’. Mención aparte para el enérgico guitarrista ‘Blondie’ Chaplin, acompañante de giras de Rolling Stones.
La noche se elevó un poco más con Sigur Ros y su paisaje sonoro-visual: telarañas azules metálicas, cascadas de lava y una cortina bajo la que empezaron a cantar. Enseguida quemaron las naves con ‘Stáralfur’ y en la tercera canción hicieron acto de presencia para seducir con el arco del violín rasgando la guitarra. El rock sucio y alocado de Ty Segall and the Muggers sacudió las últimas energías de los que deseaban prolongar la fiesta.
En el marco de la expansión del evento a toda la ciudad, el ciclo ‘Primavera a la ciutat’ amenizó el domingo con una treintena de actuaciones, entre las que destacó Mudhoney. Una de las formaciones precursoras del grunge alternó piezas más actuales (especialmente del ‘Vanishing point’) con cañonazos como ‘In & out of grace’ y ‘Touch me I’m sick’.
En el terreno de la electrónica, el recién estrenado Beach Club reunió al borde del Mediterráneo a un gran número de nombres puntales de la escena actual como Todd Terje, Floating Points, Erol Alkan o Tiger & Woods. En el resto de escenarios, este género también dejó su huella con notables shows a cargo de Maceo Plex, Dj Koze o el ecléctico dúo escocés Optimo (Espacio).
Séptima edición de récord del PrimaveraPro
Una conferencia del productor Flood supuso la guinda a la edición más exitosa de PrimaveraPro, que marca el asentamiento definitivo del encuentro para profesionales del sector musical. El CCCB y parte del MACBA acogieron a más de 3.500 acreditados (un 30% más que el año pasado) en 200 actividades. El evento ha premiado con el Primavera Award 2016 al festival danés sin ánimo de lucro Roskilde y a Whitestone, una innovadora plataforma de experiencias musicales interactivas a través de realidad virtual y aumentada.
En resumen, un paso más en una escalada imparable de éxito cuyo principal riesgo es el de la ‘benicassización’, es decir, convertirse en un desfile de bandas hechas a medida del público extranjero. Ahora sólo queda un año de penitencia en forma de espera, suavizada por los nombres que se irán revelando y el premio de los abonos asequibles para los más fieles.