Quería cerrar esta trilogía, nacida en principio para reseñar ese par de libros que nos acercan a esa década de los ochenta, con algo de cosecha propia, con la humilde perspectiva que da haber vivido en primera persona esos días, y en muchas ocasiones, desde posiciones muy cercanas a lo que se cocía.
Como en las dos partes anteriores se han vertido valoraciones locales y nacionales, mejor ahora que lleguen algunas más globales, que en parte se pueden trasladar a lo que ocurrió por aquí. Siempre he defendido que la década de los ochenta fue inigualable a otras en términos de variedad y creatividad, y siempre salen argumentos muy manidos… “hombre, no se puede comparar a los setenta…”. Este es el más utilizado, quizás por ser la década inmediatamente anterior, otros también se refieren a los dorados sesenta, y así sucesivamente. Pero dejando de lado gustos personales, hay factores que son inamovibles y dejan claras ciertas cosas. Vamos a los setenta, por ser la década anterior. Hasta que explota el punk, con todas sus virtudes y sus defectos, la década en cuanto a música hecha por señoras y señores blancos había sido bastante monótona, a excepción del krautrock que iba asomando por tierras germánicas (que ya fue mucho, teniendo en cuenta que ahí empiezan a parir sus creaciones Ralf y Florian, fundadores de quizás el grupo de música más influyente de la historia), que dejaba de lado el anodino barroquismo del rock de esos días para aportar factores diferenciales. Los últimos ramalazos de la psicodelia van muriendo conforme entra la década, queda el folk (algo que venía existiendo desde los cincuenta… menuda novedad) y para colmo llega ese rock progresivo y sinfónico, que, salvo contadísimas excepciones, puede ser uno de los movimientos musicales más aburridos y lineales de la historia de la música. El Glam aportó algo de color al rock en esa época tan gris, pero fue un fogonazo bastante fugaz, y buena prueba de ello es que el tótem de ese movimiento, David Bowie, ya a mitad de la década había levado anclas y buscaba otros sonidos… primero hacia la música negra, después hacia el krautrock… que casualidad. Esa era el otro asunto a reseñar, la música negra, las señoras y señores que fueron alegrando aquella década con el soul, el funk, R&B y sus derivaciones, como el sonido Filadelfia y la música disco, movimiento que comienza a ser transversal (hablando en términos raciales) conforme se va haciendo popular. Eso sin olvidar la universalización del reggae y el descubrimiento global de otros sonidos jamaicanos y africanos.
El punk revolucionó la década en su segunda mitad, pero, no vamos a negarlo, fue limitado en tiempo, aunque ese chispazo sirvió como detonante para cosas muy excitantes que empezaron a ocurrir conforme la llama primigenia se iba apagando poco a poco. Hacia el final de la década, se plantan varias semillas que irían arraigando de manera muy fuerte, sentando las bases del inicio de la siguiente década. La siguiente etiqueta fue la New Wave, donde buena parte de sus grupos fueron absorbidos por las multinacionales y acabaron tomando derroteros algo comerciales (aunque otros dejaron trabajos muy estimables y duraderos en el tiempo como influencia para generaciones posteriores), y empiezan a ocurrir cosas muy divertidas y excitantes para definir la frontera entre las dos décadas, como el revival mod, el ska, el llamado after punk o post punk y grupos pop con marcada tendencia electrónica (odio esa etiqueta de new romantics, me parece de las peores de la historia de la música).
Eso fue el comienzo de los ochenta. Y esa iba a ser la tónica, aumentada en proporción geométrica en cuanto a variedad y calidad. Pero… ¿Por qué ocurrió eso en esa década? ¿Qué la hizo diferente? Hay muchos factores, sociales, tecnológicos, incluso de mercado, que hacen que la eclosión musical en la década de los ochenta sea inigualable a otras. Ojo, hay que diferenciar dos tendencias muy diferentes, una cosa fueron los ochenta del mainstream, de Phil Collins, Kenny G y Michael Bolton, de Mecano, Hombres G y Olé Olé, de las hombreras hasta en los pijamas y laca hasta en el vello púbico y otra muy diferente la de The Birthday Party, Einsturzende Neübaten, The Blue Nile o Cocteau Twins, o Esclarecidos, Décima Víctima y Golpes Bajos. El mainstream ochentero es de lo más casposo que haya existido jamás. No podemos poner en el mismo saco a Modern Talking y a The Style Council. Si esto lo tenemos claro, podemos avanzar.
El primer factor que detona una década gloriosa en cuanto a producción musical fue el DIY de la edición. En los setenta, aunque había oportunidades de edición fuera del circuito multinacional, eran mínimas comparadas con las que hubo en los ochenta. Ya a finales de la década de los setenta, esto ya empezó a ser un hecho, pero en años posteriores, y sobre todo en el Reino Unido, la posibilidad de juntar unas cuantas libras y grabar un single era algo que empezaba a estar al alcance de muchas bandas. Eso unido a la proliferación de sellos independientes que irrumpen con fuerza en el mercado discográfico y logran obtener posiciones tremendas, como Factory, Rough Trade, Beggars Banquet, 4AD… discográficas independientes que empezaron a aglutinar en su catálogo nombres con peso dentro del panorama nacional e internacional. Eso unido a otras que estaban entre dos aguas, como la Virgin de Branson, que supieron navegar en esos nuevos territorios y acoger a talentos que despuntaban, como llevaba haciéndolo desde la explosión punk.
Conforme avanza la década, se crean distribuidoras que aglutinan y ayudan a la distribución de esos centenares de pequeños sellos discográficos (a veces sólo con una o dos bandas en el catálogo), que resultan vitales para la distribución de esas ediciones a lo largo del país e incluso a escala internacional. De esa manera, un single editado en Escocia (y no sólo en Edimburgo o Glasgow…) podía llegar a una tienda de Londres aunque su tirada fuera de 200 o 300 unidades. Distribuidoras como APT, Red Rhino, Rough Trade & The Cartel o Revolver se encargaron de propagar los lanzamientos locales a lo largo del país, tomando un impulso importante en la segunda mitad de la década, los años dorados de los pequeños sellos independientes británicos.
Mención aparte merece la orgía de formatos, ediciones limitadas, picture disc, cajas y demás artefactos a la hora de editar que hacían del lanzamiento discográfico todo un arte. Y no solamente en cuanto al aspecto estético, se volvieron a editar 10”, habían flexis de 7” en publicaciones escritas independientes, cd´s de tamaño mini, unidos a posters, postales, fotos y todo lo que uno pudiera imaginar dentro de un disco o un cd. Edad de oro en esto también.
Este factor tecnológico y de mercado que impulsó a multitud de personas a atreverse a plasmar sus ideas, que veían una salida posible y factible a sus creaciones e inquietudes. Pero no hay que olvidar que había otra revolución en marcha, ya que en otoño del año 1982 sonó por primera vez un cd en la BBC. Y un poco después, ese nuevo formato digital empezaba a llegar a las tiendas de discos de todo el planeta. Fue el incipiente comienzo de algo que llevaría a la democratización absoluta de los procesos de grabación años más tarde. Casi nada.
Teniendo en cuenta estos hechos, que fueron primordiales, es evidente que el factor humano era lo que hizo que todo explotara en cuanto a creatividad, cantidad y calidad. Quizás también ha influido en esta perspectiva que las décadas posteriores han visto la muerte anunciada de tótems musicales en forma de estilo que parecían indestructibles años antes. Pero, como siempre pongo como ejemplo, una década que en Manchester empieza con el Closer de Joy Division y se acaba con el Pills ‘N’ Thrills And Bellyaches de los Mondays, ha tenido que ser muy variada. Creo que otro de los factores a tener en cuenta fue la cada vez menor apetencia de grupos y artistas a ser calificados, a ser etiquetados, manía que evidentemente era mucho más productiva para las cortas miras de las compañías multinacionales a la hora de trabajar cierto tipo de “producto”. Si, había siniestros, había poppies, pero a la vez había grupos inclasificables y que abrían caminos con estilos propios… por ejemplo, ¿cómo clasificaríamos a Cocteau Twins cuando salieron? La respuesta la hemos sabido años después, ya que muchos les consideran los padres del shoegaze… En el Reino Unido todo iba a un ritmo vertiginoso, sin dejar de lado el impulso social que supuso estar toda la década bajo el yugo de la Dama de Hierro como primer ministro, algo que a buena parte de la juventud les espoleó de manera evidente. Surgieron movimientos impulsados por músicos como el colectivo Red Wedge, que hizo campaña a favor de los derechos de la juventud y del partido Laborista, con una gira en la que participaron The Style Council, The Communards, Junior Giscombe, Lorna Gee, Jerry Dammers, con apariciones puntuales de Madness, The The, Heaven 17, Bananarama, Prefab Sprout, Elvis Costello, Gary Kemp, Tom Robinson, Sade, The Beat, Lloyd Cole, The Blow Monkeys, Joolz y The Smiths. Eso fue una buena muestra, aunque hubo más como el Anti Poll Tax o el movimiento artístico-musical en contra de la pestilenta Clause 28.
Esta alineación es otra muestra de lo variado que era aquel panorama musical. La panoplia de estilos era tremenda, y no sólo depurando y mejorando los ya existentes, sino creando sonidos propios que luego han perdurado a lo largo de los años. Si la primera mitad de la década fue tremenda, dejándonos una enorme e interminable lista de producciones musicales y de bandas y artistas que quedarán en la memoria colectiva de manera indeleble (y muchos que mereciéndolo de la misma manera, pasaron inadvertidos a la mayoría por su efímera existencia o su escasa repercusión más allá de su ámbito local), la segunda trajo otra revolución de proporciones casi cósmicas. Hablamos de, por ejemplo, probablemente la época dorada del pop británico más notable desde los gloriosos sesenta (y quizás más prolífica), a la vez que nacía una generación de música electrónica y de baile que ha salvado el devenir de la historia de la música durante los últimos años. El despertar de la escena rock americana, algo adormecida en la primera mitad de la década (y aunque ahora oigo esas voces que se alzarán para decir en qué año empezaron Sonic Youth, Hüker Dü, R.E.M., The Replacements o The Dream Syndicate, convendremos que hasta casi la mitad de la década no llegan a ser realmente conocidos a escala internacional), llega en esos años… por ejemplo, Sub Pop nace en el año 1986…
Ojo. No podemos olvidar lo que sucedía en Detroit y Chicago en esa primera mitad de los ochenta. La semilla del House y del Techno estaba ya creciendo en esas ciudades a manos de tipos como Juan Atkins, Derrick May, Frankie Knuckles o Larry Heard. Buena culpa han tenido en todo lo que ha venido después, siempre influenciados por los padres fundadores, Ralf y Florian, y por otros grandes visionarios como por ejemplo Giorgio Moroder.
Pero no adelantemos acontecimientos. Estábamos en el ecuador de la década en el Reino Unido, y en el año 1986 el NME, la biblia de la modernidad musical de aquellos días (y desde tiempos inmemoriales), regalaba una cinta de cassette llamada C86, con grupos como Primal Scream, McCarthy, The Pastels, The Mighty Lemon Drops, Stump o The Wedding Present, abriendo una época gloriosa que se prolongaría hasta el final de la década, y que se acabaría mezclando con cosas tan variadas como el Acid House, el Balearic, los primeros ramalazos de lo que después se etiquetaría como Grunge (o sea, su parte buena, los primeros discos de Mudhoney, Steel Pole Bath Tub, Butthole Surfers o los primeros Nirvana antes de fichar por Geffen), outsiders americanos como Pixies o Throwing Muses, y para cerrar década, las raves, el sonido Madchester, y el imparable empujón de la música electrónica y de baile, que llega hasta nuestros días y se conserva con mucha mejor salud que otros estilos como el pop y el rock.
Dejando de lado gustos personales, los hechos expuestos a escala global son irrefutables en cuanto a variedad y cantidad de estilos y repertorio. Creo que no puede haber muchas dudas sobre la riqueza musical de la década… Teniendo en cuenta además que no hemos nombrado centenares de grupos y artistas que si fueran enumerados no vendrían sino a reforzar esta teoría. Pero eso sería material para un libro, y bien gordo, más que para un artículo.
Texto y foto: Fac51