Hace ya tiempo que tenía una deuda pendiente, y era hacer una reseña o crítica sobre un libro publicado ya hace unos meses, que no es otro que “Bacalao” (Contra) de Luis Costa. Dicha deuda era casi era más a título privado porque tenía a un puñado de amigos acribillándome a extractos de dicho libro vía whatsapp y mail para que les comentara, puesto que sabían que el que escribe estas líneas había sido testigo directo de unas cuantas cosas que se cuentan allí. En primer lugar, y como junta letras (no me atrevo a definirme como periodista ni escritor…) siempre he de expresar el máximo respeto por el autor, reconociendo el trabajo que le habrá costado recopilar y escribir el susodicho libro, y eso quiero que quede muy presente en primer lugar. Pero también hay que constatar varios aspectos. El trabajo de documentación de un libro así es bastante difícil, y, sin haber estado involucrado en todo lo que ocurrió en aquellos años, es dificilísimo. Este punto es importante para dar vida a un libro de esas características, y en eso el autor, incluso poniendo todo su esfuerzo y buena voluntad, ha tenido fallos, pero a buen seguro ajenos a su buena voluntad (aunque bien es cierto que algunos de ellos podían haber sido subsanados buscando información al alcance, hoy en día, de cualquier humano con acceso a internet). Aun así, la culpa debe recaer en su mayor parte en los testimonios de los personajes entrevistados, de los cuales conozco a un buen porcentaje de ellos personalmente. Por eso me atrevo a puntualizar esto antes de entrar más a fondo.
El quiz de la cuestión es que cada uno cuenta como le fue la feria, o como cree que le fue la feria, lo cual es incluso más complicado. Hace poco leí el ‘Unknown Pleasures’ (Inside Joy Division) de Peter Hook, que empieza con esta frase:
“This book is the truth, the whole truth, and nothing but the truth . . . as I remember it!”
Es una gran frase que he echado de menos en ‘Bacalao’. Se echa de menos un poco menos de autobombo y algo de humildad en los testimonios, algo más de lo que pasó realmente y una dosis mucho más reducida de postureo (me comentaba un querido amigo, que vivió parte de esa época y que es un gran entendido en la música de nuestros tiempos que en las listas de temas que se incluye al final del libro el postureo era máximo…). También hay exageraciones en logros o trabajos de algunos de los personajes que salen en el libro, cosa que, como es evidente, no es culpa del autor, que confía en la buena voluntad de quien lo cuenta, y es cierto que en buena parte de estos casos, difícil de comprobar.
Claro, quien pueda estar leyendo esta crónica dirá: “Muy bien, esto habrá que demostrarlo”… Y esta es la parte que personalmente menos me gusta… pero por dar varios ejemplos, hay declaraciones que dicen haber oído a grupos que actúan cinco veces en Manchester para un par de docenas de personas y que como tal, nunca sacaron un disco… difícil que alguien en Valencia, en el año 1977, donde no había ni internet, ni radios y que casi era imposible encontrar la prensa musical británica… se pudiera oír eso
O los que dicen que se traían discos de Londres antes de que se hubieran editado, pero no unos días antes sino meses o incluso algún año. O los que desde la cuna oían todo el krautrock alemán y de parte del extranjero. O gente que “habla” con expresiones y palabras que no se las he oído en su vida (por lo que imagino, que como es evidente, algunas de estas declaraciones no le han llegado a Luis de manera directa y hablada, sino en papel). De esto hay una larga lista de “declaraciones erróneas”.
Personalmente, hay partes del libro que veo poco interesantes, hay algunos personajes que casi cuentan su vida desde la niñez con amplio detalle, algo que en realidad poco tienen que aportar al relato de la época. O rencillas personales, que en algunos casos tampoco aportar absolutamente nada a lo que ocurrió en la vida musical valenciana de los ochenta, y en algunos de esos casos, con verdades contadas a medias por no llamarle directamente mentiras. Incluso hay algún episodio desternillante relatando cuan humildes eran los orígenes familiares cuando no es ni cercano a la realidad (¿Postureo inverso? ¿Somos working class?) En el aspecto cronológico, aquí parece que todo el mundo pasa del rock al punk justo antes de entrar en los ochenta y que de ahí ya nos lanzamos directamente al estilo ecléctico que sí que triunfa un poco más tarde, cuando en ese cambio de década parece que la gente no quiere decir que lo que se llamó new romantics (que etiqueta tan odiosa, por cierto) fue música muy predominante en aquellos tiempos, y no hay nada de lo que avergonzarse por haber pinchado a Human League o Heaven 17 o Depeche Mode o Yazoo. Se menciona muy levemente, cuando, por ejemplo, recuerdo un concierto de los Classix Nouveaux en Barraca que impresionó a mucha gente, sin ser de lo más cool de la época. En sitios como Metrópolis, Espiral o como bien apunta David “El Niño” en el libro, en Distrito 10, esta música florecía (las sesiones de David en Distrito fueron notables, donde, todo hay que decirlo, tenía el mejor equipo de sonido de la ciudad).
Ese capítulo llamado ‘Mescalina’, donde, por cierto, hay declaraciones de personas que ni llegaron a ver, y muchos menos a probar una en su vida, debería haber sido más extenso. Y no, no me refiero a apuntes como lo que tan acertadamente aporta mi querido amigo Luis Bonias (una de las voces más acertadas en este libro, dicho sea de paso) sobre quien las hizo, como y cuando, sino sobre lo que supuso sobre todo esto. Hagamos algo de historia. Al comienzo de los ochenta, cuando uno quería salir de fiesta, lo que habían básicamente eran anfetaminas: Centraminas, Bustaid, Dexedrinas, etc. La cocaína no había penetrado a escala masiva como lo hizo en la segunda mitad de la década, el speed ni se conocía y poca cosa más, LSD en secante y alguna pastilla más sacada de la farmacia del padre del amigo con efectos no tan buenos como lo antes mencionado.
Pero todo cambia con las capsulitas rojas. No, no le voy a quitar méritos a personas como el gran y estimado Carlos Simó, y su valentía para pinchar cosas como Foetus, Mar Otra Vez o The Residents pasados de revoluciones, pero sin haber existido esa droga, habría sido muy difícil poner el ‘Yü-Gung’ de Einstürzende Neubaten y que la gente no lo hubiera apedreado, o a Tuxedo Moon o a tantos y tantos grupos y artistas tan especiales. Entonces tenemos la droga, la música, los sitios (hay que reconocer que Barraca era casi el paraíso, con la barraquita, el circo con la piscina en la barra de arriba y la terraza) y el siguiente factor era la gente. No éramos ni mejores sin peores, y tampoco de una clase social determinada, aunque sí que habían nexos comunes, como el interés por la música, por saber quién era este o el otro aunque fueran ciegos como cebollas, bien fueran hijos de familia bien que estudiaban o currantes de cualquier barrio trabajador y humilde de Valencia, y ese interés después se extendía a cosas como libros, pelis, moda, etc. Ojo, no digo que todo el mundo que iba a Barraca o a Chocolate leía a Bukowski, pero sí que había unos cuantos que lo hacían. En todas las noches en las que salía en aquellos días, y eran todas, incluso en épocas de mi vida eran de domingo a domingo, que pocos follones y que poca violencia se veía, incluso en locales atiborrados de gente. El factor humano fue muy, muy importante para todo aquello. Y en las declaraciones recogidas en el libreo, esto se obvia…
Sobre aquellos años, tengo que destacar la mención que hace Tony Vidal a quien fue alma musical de Chocolate, Ángel Ros, amigo y compañero que sabía tanto de música y tanto le gustaba e investigaba, y que sin él no sé si el éxito de aquella discoteca en aquellos años habría sido igual. También reseñar que no se haya pasado por alto lo que ocurría en Espiral, otro sitio tan agradable para ir de fiesta en esa primera mitad de los ochenta, con un espacio perfecto con aquella inspiración ibicenca en el diseño, buen sonido y el buen gusto de Serrano en la cabina. Pero lo que es una aberración imperdonable es no hablar de La Marxa (que, por cierto, uno de los personajes que habla en este libro, tiempo después y en otros lugares, mencionaba el club del Carmen en algún artículo o entrevista en un medio local, quien sabe por qué oscura razón…). Tuve la suerte de trabajar un año en ese legendario local de la calle Cocinas de Valencia, donde casi a diario se juntaban centenares de personas en su interior (dos pisos) y había otros tantos en la calle porque no podían entrar (razón por la que la fiesta no duró mucho, gracias a una vecina que era funcionaria del ayuntamiento y que perseveró hasta que se cerró por orden municipal). La Marxa durante unos años, hasta que llegó el auge de Barraca Bar bien entrada la segunda mitad de los ochenta, fue el local más moderno e innovador de la ciudad, si nos referimos a pub y no a discoteca. Musicalmente al nivel de Barraca o Chocolate, con un personal excelente a su cargo, donde igual podías ver cuadros de gran formato de David Duplex en su interior como inmensos telares de Miquel Barceló colgados de sus balcones. Es un olvido imperdonable.
También me parece muy somero y sesgado el apartado dedicado a las bandas que hubo por aquellos días. Me parece casi increíble que alguien mencione a La Morgue, aunque se hace con un cierto desdén porque no eran lo suficientemente modernos… cuando fue uno de los primeros ramalazos punk de la ciudad, sobre todo en actitud. Aquí hubo más que Glamour, Video y Betty Troupe, estuvieron Interterror, La Resistencia, Sade, Última Emoción, Carmina Burana… en mi humilde opinión, todas pusieron su granito de arena.
Pero hacia el año 1986 se acaban las mescalinas. Un día nos dijeron, “esas son las últimas”, y sabíamos que quien nos lo decía lo sabía mejor que nadie. Por lo tanto, eso de que Bez vino a pillar mescalinas en el año 1989 y se volvió a Ibiza luego, como no se fuera con “una buena cantidad” (sic) de bicarbonato en cápsulas… historia que también se sostiene bien poco, ya que en el año 1989, en Ibiza había ya éxtasis para inflarse, de variadas clases y colores, y de calidad. Pero bueno, entonces la cosa cambió, como también estaba cambiando el panorama musical y, debido a la desaparición de las cápsulas verdes (y rojas… “las que venían de Barcelona…” que gran milonga para despistar a las fuerzas de seguridad de la época, jajajaja), el panorama de sustancias para el uso y disfrute. Aquella tremenda falta se empezó a suplir con el aumento del consumo de coca, hasta que, llegan a Valencia las pastillas de éxtasis de manera más fluida hacia el año 1990.
Cambiando de tercio, hay que recordar que en Spook hubo más gente pinchando antes que Fran Lenaers, cuando abrieron había un chico llamado Agustín que había estado pinchando en Duplex en Valencia, y que durante una temporada estuvo pinchando otro buen amigo, Raúl Blanco, un tipo con un gran gusto musical que venía de Madrid. Spook tuvo un gran éxito, qué duda cabe, si hablamos de éxito comercial, aunque no fue instantáneo, y se produjo a raíz de los horarios de apertura que tenían. Yo no voy a hablar de la depurada técnica de Fran (aunque ha habido episodios últimamente que podrían poner en duda estas habilidades), pero, musicalmente hablando, y de toda esa época, creo que ha sido el dj que más me ha aburrido. Cuantos temas he descubierto en esta vida gracias a Simó, al Gitano, a Ángel Ros, al Niño y a Quique Serrano. Jamás he descubierto un tema nuevo gracias a Lenaers, personalmente me daba pereza asistir al club de Pinedo a pesar de la gente tan maja que lo llevaba y que trabajaba allí. Está muy bien que a uno le salga muy bien la mezcla de este disco con este otro, pero ir repitiendo en todas las sesiones… Uno podía ir todos los días a Barraca durante la época de Carlos en la cabina, y nunca se aburría. Si, los discos que más gustaban sonaban durante unas sesiones, pero Simó los “mataba” rápidamente, incluso en muchas ocasiones demasiado deprisa para el gusto de muchos de los fieles.
Pero en aquellos días, estaba floreciendo un tremendo movimiento musical en el Reino Unido llamado C86, con una impresionante hornada de grupos independientes que empezaron a llenar el hueco que dejaban muchos de los titanes de la primera mitad de la década que empezaban a flojear. Radical era el motor de todo ello trayendo la música, nació la encarnación más exitosa de Barraca Bar a la vera del antiguo cauce del Turia y Jorge Albi, el más entrañable charlatán radiofónico que ha dado este país, estaba allí pinchando esa música. A su vez, Carlos Simó toma la (errónea o quizás precipitada en mi humilde opinión) decisión de dejar la cabina de Barraca para dedicarse más a la dirección de la sala, para dejar esa gran responsabilidad en las manos de alguien que no tenía la altura necesaria para llevarla a cabo con dignidad. Sabía que tenía el respaldo de Radical para que la música de Barraca siguiera siendo puntera, pero… Se hicieron esos festivales de La Conjura de las Danzas (que era el nombre del programa de radio de Albi) en Barraca, vinieron una larga lista de los mejores grupos independientes de UK: Weather Prophets, Felt, Biff Bang Pow, Momus, Corn Dollies, Waltones, Happy Mondays, The La´s, Inspiral Carpets… que tuvo su punto culmen con la primera actuación de los Stone Roses en España, en el año 1989 en Barraca. Pero aquello fue casi el canto del cisne.
Carlos Simó es, de todos los que hablan en este libro, uno de los más acertados, por no decir el que más. Y sin un ápice de postureo ni autobombo, es más, hay un párrafo que me permito citar, en el que lo que hay es autocrítica, algo poco habitual en los testimonios del libro:
“Allí en Barraca pudimos ser mucho más de lo que fuimos, si no hubiera sido por diferencias empresariales. Hay que analizar el por qué sucedió lo que sucedió. Porque nosotros íbamos muy por delante, pero muy por delante”.
Más razón que un santo. Hubo muchas razones. A partir del año 1987, musicalmente hablando, y en el territorio nacional, Ibiza nos empieza a adelantar por la izquierda a una buena velocidad, el balearic, el acid, el house… eso aquí no se supo integrar a la cultura de club, el sonido Manchester empezó a calar algo tras mucha lucha, pero porque todavía incorporaba sonido guitarril. Barraca empieza a declinar como el Titanic a las tres de la mañana, Simó y parte del equipo se van a Puzzle, el Gitano había dejado Chocolate tiempo atrás y se pierden los puntos de referencia. Al mismo tiempo, empieza a entrar basura musical que viene de Bélgica, Holanda e Italia, de fabricación en serie y bajísima calidad… tipos que hacían discos como churros bajo cuatro o cinco nombres diferentes, con bases programadas casi idénticas y algún cambio en los “adornos”. En vez de seguir apostando por lo que empezaba a salir en UK, lo que estaba llegando desde Chicago y Detroit desde ya hacía unos años, el panorama musical se embarra. Llega el apogeo de Puzzle, las cantaditas y entran en juego personajes que, en comparación con los antes mencionados que movieron la década de los ochenta, no les llegaban ni a la altura de los talones musicalmente hablando. Todo esto se agudiza a partir del año 1991, cuando Radical cierra gracias a la “excelente” gestión de algunos a quienes tanto defiende Miguel Jiménez en el libro (curioso, el personaje que más se odiaba en Radical gracias a su “amistad” con Santamaría, acaba defendiendo a quienes lo vilipendiaron durante años y años…), y la hecatombe se desencadena. Sinceramente, la última parte del libro no me puede interesar menos, porque hay muy poco que contar y la mayoría de quienes lo cuentan… con decir que hay uno de ellos, que pontifica sobre música (como todos) en este libro, hacia el año 1990 estaba trabajando (o intentado trabajar, duró poco) conmigo y le di un montón de discos para ordenar, ya se sabe, por estilos (a grandes rasgos) y alfabéticamente. A los cinco minutos me aparece con el Axis: ‘Bold As Love’ de Hendrix y me dice que si eso era funky. Me tuvieron que agarrar para no matarlo…
Realmente, de ese último tramo del libro, lo único reseñable y coherente es la parte que corresponde a Germán Bou destapando de nuevo ese fraude tan conocido entre la gente del medio. Qué pena que haya gente que haya pasado a mejor vida, como el gran ingeniero de sonido y músico Charly Bufalo, porque de lo contrario podría explicar cómo se hizo el ‘Ráyate’, y eso que era un simple megamix.
En aquel caos que degeneró en lo que se llamó la ruta del bacalao, la droga tuvo una gran importancia, como en los momentos anteriores. No, no hubo tanto éxtasis como se ha dicho, había mucho speed, que era más barato y duraba más, y el personal que se movía no era el mismo que antes. Cincuenta mil personas es una cifra muy exagerada (que se sigue repitiendo como un mantra por parte de los profetas del movimiento y sus adeptos, para ver si algún día alguien se lo cree. A ver si es que aquí habían unas 25 salas llenas hasta los topes todos los fines de semana… NOD no es el Privilege, chatos, que allí sí que caben 10.000 personas…), pero sí que es cierto que se superaba ampliamente el número de personal que se movía con respecto a la década de los ochenta. Tampoco es lo mismo ir puesto de mescalina que de speed hasta las cejas, y llegó la violencia, el descontrol mal entendido y la decadencia musical y espiritual de algo que había sido todo lo contrario.
Puntualizaciones finales. Cada vez que oigo decir que Valencia fue más grande que Manchester se me abren las carnes. No puede haber una prueba de ignorancia mayor, Barraca fue legendaria, pero no se puede comparar con la Haçienda. Si, en Barraca actuaron los Stone Roses por primera vez en España, pero en la Haçienda Madonna dio su primer concierto en Europa. No se puede comparar a Lenaers con Garnier, por ejemplo y ni tampoco a quienes estuvieron después en esa cabina, gente como Pickering, Park, DaSilva, Greg Wilson o Marshall Jefferson. Eso en pura cultura de club. Si hablamos del resto, las comparaciones son peor que odiosas. Ellos tuvieron a Buzzcocks, the Fall, Joy Division y New Order, The Smiths, Durruti Column, los Mondays, 808 State… y nosotros a Seguridad Social, Glamour y Comité Cisne. Aquí, Mama Ya lo Sabe, en Manchester Swing Out Sister y M People. Creo que hay una diferencia notable. ¿Qué en la primera mitad de los ochenta y en buena parte de la segunda mitad Valencia fue conocida a escala internacional en el mundillo musical? Si, es una realidad, pero no nos subamos a la parra de esa manera.
También es cierto que en Ibiza, hasta el año 1986-1987 las cosas iban a otra velocidad, aunque allí se movía otro ambiente muy diferente, en el vip del Ku en la primera mitad de los ochenta te podías encontrar a Grace Jones y a Maradona en la misma noche. Musicalmente, es cierto que la Valencia de la primera mitad de la década era mucho más interesante, donde va a parar, pero a partir de esos años, y gracias fundamentalmente al gran y legendario Alfredo, y a su olfato para intuir eso que iba a llegar, el acelerón es tremendo para ponerse en cabeza de la cultura de baile en muy pocos años. También hay una diferencia con lo que pasó en Valencia y es que un servidor ha bailado hasta reventar con Alfredo pinchando en la terraza del Space bien entrado el Siglo XXI, y no hay nadie de los que empezaron en Valencia a la vez que Fiorito en Ibiza lo han hecho en nuestros días a no ser en algún tinglado “remember” y de manera casi testimonial. Uno de los pocos que ha sobrevivido con más que dignidad (con buen éxito) y acoplándose a los tiempos actuales ha sido Luis Bonias, aunque empezó algo más tarde que el gran Alfredo. Por eso tampoco se puede uno llenar la boca diciendo que aquí les enseñamos a aquellos el camino, porque no tiene nada que ver lo que se pinchaba en Valencia con lo que se pinchó en Ibiza. Con el paso de los años, y por suerte, aquí hemos aprendido de lo que pasaba en la isla, y eso hizo que la escena de club en la ciudad tuviera un renacimiento notable en el cambio de siglo.
Otra cosa más. Hay mucha historia oculta en este relato que nadie se ha atrevido a desvelar, por razones obvias y entendibles. Sólo puedo decir que, por poner un ejemplo, y hablando de Manchester, Factory se hundió porque el bendito loco de Tony Wilson dejó que la Haçienda perdiera dinero durante años antes de convertirse en el club de referencia a escala mundial, o que New Order estuvieran eternamente grabando el ‘Republic‘, o por permitir que los Mondays se fueran a Barbados a grabar el disco para mantener alejado a Shaun de la heroína, o por gastarse miles de libras en una mesa nueva en las oficinas de Palatine Road, pero Wilson no se metió a Factory por la nariz. En Valencia eso hizo mucho daño en esa segunda mitad de los ochenta hasta bien entrado el cambio de década, y ni palabra de eso en todo el libro.
Texto y foto: Fac51