A eso de las 5 de la mañana nos embarcamos en un coche camino de Benicássim, destino SanSan Festival. Un acontecimiento que hay que decirlo, porque pienso que lo marca, es de los festivales más baratos de la península (low cost rules). Siete horas después aterrizamos en la localidad levantina con muchas ganas de playa y música. Es jueves y nos esperan varios artistas y, sobre todo, música en directo, espacio donde, desde mi punto de vista, los grupos demuestran su unión, su calidad musical y la capacidad de expresión de su propuesta…si les dejan.
Entramos en el recinto adecuado para todos los eventos festivaloides y tras pasar un cacheo digno de la aduana estadounidense, decidimos ir a por un refrigerio. Muy buena distribución de barras que vendían cerveza y copas a precio del oro azteca (tokens mediante); primer damnificado de la noche que recién empezaba, nuestros bolsillos.
Comenzamos nuestra aventura en el SanSan con un jueves algo tímido en cuanto a gente y desacertado en lo que se refiere a horarios y emplazamientos. Nadie puede entender cómo es que un grupo tan diferente – al resto del cartel se entiende – como los Fuel Fandango, se ponen a cuasi abrir el escenario principal a unas nueve de la noche en que siquiera había caído el sol. Entre eso y que el volumen era atronadoramente escaso, la pobre ¨Nita¨ no pudo expresar adecuadamente su espectáculo “flamentrónico”, a pesar de que lo intentó. Ella puso corazón, rabia, deje andaluz y muchas ganas; el público se lo agradeció, pero supo a un quejío de un bebe recién nacido más que al de un grupo, que a pesar del sonido, tuvo las ideas claras. Con unas bases (musicales) muy estudiadas, trabajadas y elaboradas, con una cantante que tiene duende, pero que debido a lo escaso del sonido se convirtió en poca cosa. Incomprensible.
Tras este ¨coitus interruptus¨ y refrescarnos el gaznate nuevamente en las lustrosas y caras barras habilitadas para tal menester por la organización, llegaba la hora (según decía el público) de uno de los platos fuertes de la noche, Miss Cafeína. Su último disco, rindiéndose al comercialismo más vulgar e impersonal atrajo, según pude comprobar al instante, a muchos groupies de catálogo. Como el azúcar, en el que se han convertido, se fueron deshaciendo en una propuesta edulcorada en la que el cantante estaba más pendiente de mirarse al espejo (ey que sí que os sabéis nuestra canciones!) antes de desarrollar todos sus conocimientos musicales, si es que los hubiera o hubiese, que a juzgar por lo visto y por lo escuchado (aún me retumban los oídos) no son muchos. Si se me permite el atrevimiento estos grupos son víctima de una sociedad que devora todo atisbo de genialidad (lo hubo cuando tocaron, cantaron y sintieron ¨Capitán¨) en pos de un deseo irrefrenable por triunfar -leáse vender- sin importar la propuesta y, sobre todo, lo que se quiere contar y trasmitir al, en este caso sufrido, oyente con ello.
Por culpa de una indigestión, desconozco si provocada por el viaje, los refigrios o el concierto o qué se yo qué, tuve que marcharme a casa tras comprobar que en la carpa los djs de la misma no mezclaban las canciones… Lástima porque me perdí a Niños Mutantes y , según me contaron, a unas divertidísimas a la par que irreverentes Bistecs.
Tras un hermoso día de playa, a eso de las 20h. nos dirigimos nuevamente al recinto ferial; allí pronto compruebo que mala hierba, Coque Malla, nunca muere y que pese una vez más a la incomprensible hora en la que ha sido programado, es capaz de poco menos que llenar el escenario principal, con lo mismo de siempre, sí, pero cargado de personalidad, clarividencia y ¨savoir faire” rockero. Demostrando que el que tuvo retuvo. Es viernes y varios conciertos nos esperan, tengo ganas de guitarreo. El que os habla, relata y trata de describiros lo que fue el festival es el mismo que hizo la reseña de unos Viva Suecia que en el disco decepcionan precisamente por lo que me enamoraron en directo. Si el disco adolece de ruídismo y se acerca peligrosamente a las aguas comerciales o groupies, en directo borran eso de un plumazo y parecen sentirse como pez en el agua (ruídista y hasta psicodélica). A lo largo de poco menos que una hora, vibro con unas telarañas guitarreras entretejidas sobre un manto tan estruendoso como acertado; con un directo fresco y cuasi improvisado en el que los murcianos producen por momentos sonidos hasta marcianos que dibujan un planeta idílico de noise. Ellos se entregan y nos entregan un directo puro, se dejan llevar y nos trasmiten que, según lo visto y esta vez también oído en el SanSan, huelen a bandaza. Una vez más la organización se equivoca, al ubicarlos en el escenario pequeño y esto queda al descubierto cuando al finalizar el concierto en formato experiencia vital, el público acaba coreando ¨escenario principal, escenario principal¨.
Es hora de Sidecars en el escenario grande y tras ¨sufrirlo¨ durante una hora larga llego a la conclusión de que su hermano (de sangre) Leiva ha trasladado a la organización ¨si queréis que venga yo tenéis que meter en el combo al grupo de mi hermano¨. Porque sino o yo soy de otro mundo o no lo entiendo. Cantó versiones de canciones de Los Rodriguez y de otro par de grupos de cuyo nombre no quiero acordarme y, permitidme la quijotada, pero me sentí luchando contra molinos de viento en forma de groupies alocadas a las que poco le importaba la música y sí sacarse la foto de rigor…¿o era un selfie? De música nada, de espectáculo más bien poquito… eso sí, almibarado a más no poder.
Leiva comienza el concierto entre un atronador suspiro de sus fans más acérrimas con una frase que promete ¨Hace 10 años que no tocamos en un festival así que esta noche va a ser muy especial¨. Pues bien, uno de mis acompañantes le había visto hace escasas tres semanas y en el SanSan clavó, discursitos y todo, el concierto de entonces. Mucho silencio para que el público coreara sus canciones, poco rock y mucho pop de barra de bar de cuando te ha dejado la mujer (u hombre) de turno y movimientos estudiadísimos de una banda que, eso sí, arropo mucho a Leiva. Poca originalidad pues, ninguna improvisación y postureo de infelicidad bohemia, es lo que nos ofreció el madrileño en su ¨especial¨ propuesta para su vuelta, diez años después, a la escena festivalera.
Otro clásico del rock español subía al escenario principal. Eran M-clan, banda que se dio a conocer por aquel ¨remake¨de Steve Miller Band ¨Llamando a Tierra¨ . Es curioso porque “Serenade”, que así se llama el tema original, no fue en su día extraída del álbum como single, y pasó absolutamente desapercibida por el mercado americano y, sin embargo, a la banda murciana le catapultó en las listas de ventas allá por 1999. Lejanos días de gloria, que quedaron refrendados en un concierto bastante light de un Carlos Tarque que demostró que su voz empieza a resentirse de tanta ¨sopa fría¨. Cantó las de rigor, las desconocidas y las aclamadas. Trato de conectar con un público algo desubicado y sólo lo logro a través de peroratas políticas, lástima que estuviéramos en un festival de música.
Es sábado y en tierras levantinas apetece paella, aconsejados por una gran amiga degustamos este típico y rico manjar, siesta y nuevamente para el SanSan, Los del Río nos esperan. Si soy sincero – que dicho sea de paso, siempre lo soy- pensé en dar caña a la organización por traerlos pero simplemente diré que resultó divertido, de verbena de pueblo, que ni molesta ni enriquece. Tras la broma vino la grata sorpresa del festival. Lo cierto es que no esperaba yo que la banda de Sean Frutos mostrara un directo tan contundente, diferente, oscuro y a ratos, incluso, perverso. Con un cantante hiperactivo y una banda que caló con el público (esta vez me incluyo) al primer riff de guitarra. Con un grupo que no guardó nada para el final, pues comenzaron con uno de sus éxitos ¨Primera vez¨. Pero lo que más me sorprendió es que divisé una negrura, una decadencia -bien entendida- en su estilo musical que yo, al menos, no acierto a escuchar en ninguno de sus siete discos. Vistió el escenario principal de un irrefrenable carisma, adornando con una voz que a mí me impresionó, por su potencia, su calidad y su variedad de registros. Sin duda éste, no fue un concierto más y resultó la sorpresa de esta edición. Second, grupo que debe su nombre a que siempre quedaban segundos en los concursos, esta vez fueron los primeros del panorama indie patrio…
Y digo del indie patrio porque aún quedaba el plato fuerte de la noche y vaya si lo fue. Siento ser tan crudo pero en cuanto los británicos Kaiser Chiefs se subieron al escenario principal todo fue diferente. Mucho tenemos que aprender de cómo y porqué -no sé cuál de las dos resulta más importante- se hacen las cosas fuera. Que nadie se confunda, hablo de música, de un discurso, de un tener algo que contar, saber cómo contarlo y tener un porqué para contarlo. Y es que, a veces, a menudo diría yo, nos olvidamos que la música es una expresión artística, con la que expresar algo. Vengo denunciando- no se me ocurre un verbo mejor- que la gran mayoría de bandas patrias se olvidan de este concepto en pos de un éxito tan ¨sencillo¨ como olvidable. Quizás por hacer caso a los managers, quizás por ¨gustar¨, por tener una buena crítica en la revista de moda… o desgraciadamente, quiero creer que no, porque simplemente no hay más cera que la que arde y en este caso dura poco menos que una hora…
Kaiser Chiefs descubrieron, sin pretenderlo, todas las vergüenzas del mercado musical español en un concierto de hora larga. En la que además de demostrar carisma, claridad, concreción y contenido…trasmitieron y conectaron con el público de una manera única, haciendo de esos 75 minutos una experiencia vital personal, única e intransferible…Mostrando un ADN tan propio como exitoso, tan personal como bullicioso y, sobre todo, tan original como apabullante. Rock N Roll con actitud punk que todos los no anglófonos cantamos y disfrutamos. Durante el concierto una pregunta retórica me vino a la cabeza: ¨¿Cuántos grupos españoles que viajan al extranjero consiguen esta simbiosis con el público?».
Así pues el SanSan Festival me deja una conclusión en forma de metáfora ¨didáctica¨; dejemos de luchar contra molinos de viento inexistentes y busquemos mayor cordura en esta genial locura llamada música.
Texto y foto: Ion Romay