Kristian ha aflojado. Ya no vaga sólo por este mundo y su voz no es la del metal pues ya no tensa tanto ese poderoso twang con el que, tiritando, quebraba el poderoso frío escandinavo. Atrás queda esa soledad nórdica del viajante desde la que nos cantaba en sus primeros discos: ahora se hace acompañar en el estudio y en directo. ¿Será por llenar el vacío tras su reciente separación de la que fue su esposa, la también cantante Amanda Bergman aka Idiot Wind? ¿Será un meditado cambio de rumbo musical? ¿Será simple casualidad? Fuere como fuere, lo ha conseguido arropándose de una banda sensacional –entre los que se cuenta Michael Noyce, acólito de otro chico triste e invernal (Justin Vernon)– con la que ha adquirido más pegada gracias a esta nueva superioridad numérica.
En Dark Bird Is Home, la nueva entrega de The Tallest Man Earth, Kristian Matsson ha insuflado cierta épica pop a lo que era su música folk a lo Nick Drake a base de envolventes sintetizadores y emotivas cuerdas –como se refleja en “Fields of our home” mientras nos mantiene en vilo con su guitarra– y sumándole dulces teclados y hasta una heroica percusión, como por ejemplo en “Seventeen” o en el también single “Darkness of the dream” (con el permiso de Bruce Springsteen). Evidentemente, encontramos temas al más puro estilo Tallest Man on Earth como “Singers”, “Beginners”, o ese dueto precioso de piano y voz que es “Little Nowhere Towns”, pero el disco y el directo benefician de un empaque y una dinámica alegría que se agradece a bastamente.
Con su magnético carisma y esa fisicidad que emplea, más pareja a la de un actor de gesto encima de un escenario al paso elástico de una performance, Matsson se ganó al público nada más saltar al ruedo y, desechando púas que entre tema y tema lanzaba al aire con grandes aspavientos, se fue adentrando en los corazones de los asistentes.
Como era de esperar, los ánimos se aceleraron con el ritmo country desbocado de “King of Spain” de su álbum The Wild Hunt y un Kristian que nunca llegaba a articular la palabra “Spain”, sino que se quedaba al borde del precipicio del estribillo, sólo hasta el último momento cuando masculló un “I wanna be the King of Catalunya”, lo cual desató la locura de un público ya completamente entregado bien pasado el ecuador del concierto.
Para los bises, y siendo muy consciente del peso de sus primeras canciones, el chico más alto de la Tierra (que, en realidad, no llega a 1,75), nos regaló dos perlas de su aclamado EP (ojo maravilla de título) Sometimes The Blues Is Just A Passing Bird. Empezó con “Dreamer” y, si al terminar el público ya casi tenía la lagrimilla en el ojo, con “Like the Wheel”, que tocó él solito a la guitarra junto a sus 4 compinches abrigándole con sus voces para formar unos hermosos coros en el estribillo, la noche se fundió con el cosmos. Y ese momento preciso y precioso fue cuando antes de hilvanar el último verso de la canción, se detuvo durante casi 10 segundos de reloj con un silencio solemne y sepulcral por parte del respetable, quien pareció desvanecerse, en trance, transportado por la rueda que gira y gira sin cesar por la carretera de los sueños.
The Tallest Man On Earth en Barcelona Febrero 2016