Trentemoller
‘Obverse’
In my room
Texto: Fernando Fuentes
Cada nuevo álbum de Anders Trentemoller debería ser escuchado como si fuera el primero de su discografía. Y también de nuestras vidas. Sería la única forma de disfrutarlo hasta el dulce tuétano, sin referentes contaminantes, sin nada a lo que poder agarrarnos cuando se desencadena esa tormenta -descomunal, perfecta y emocional- que nos engulle y mastica, para terminar, escupiéndonos en la orilla de cualquier playa.
En este nuevo ‘Obverse’ -su séptimo LP- el músico danés abandona la estela trepidante y bailonga de su anterior aventura en larga duración –(‘Fixion‘, 2016)- para sumergirnos en una instrospección emotiva y sensorial -abierta y aventurera- que se mueve en un ambientalismo paisajista que nos aproxima a ese naturalismo escandinavo del que tanto disfruta Trentemoller.
Y quiere compartirlo con nosotros y hasta con su primer hijo, recién nacido. Y es que para componer este álbum -en el que se lo pasa pipa exprimiendo sus sintetizadores, sus guitarras, sus pedales de efectos, etc.- directamente se abandonó en un bosque, durante más de un mes, alejado de todo y rodeado solo de esa oscuridad melancólica que exhala cada uno de los ocho cortes del disco.
Y es que como el propio autor nos recomienda debe ser escuchado como un todo. Y, si es posible, del tirón. Y así lo hemos hecho. Nos hemos sobrecogido con el sinfonismo épico y lacerante de ‘Cold Comfort’; con ‘Church Of Trees’ y su arpegiada angustia sintetizada; con la sensible solemnidad darky de “In The Garden” (ft. Lina Tullgren); sobre la distorsión de una guitarra que zumba cerebros y altera corazones; con los desquicios dramáticos de la sorprendente ‘Foggy Figures’; con la dark-wave coral y agónica de ‘One Last Kiss To Remember’ y el pop neworderiano de ‘Try A Little’ con ese bajo canónico por el que Peter Hook debería de exigir royalties al “gran danés”.
Y todo ello bajo un sonido cristalino, orgánico y detonante que, en esta ocasión, no llevará de gira por el mundo. Y es que, quizá, esta maravilla es mejor paladearla en casa, mirando para dentro y sin más compañía que la esperanza ante el feroz desasosiego.