La fraternidad entre géneros, -fruto del eclecticismo-, volvió a agitarse como cóctel infalible en la novena edición del Festival Cruïlla en el Fórum de Barcelona. Con esta bandera de la variedad y sin las aglomeraciones propias de otros eventos que se han vendido el alma a los guiris de botellón, 47.000 espectadores (cifra récord) disfrutaron de tres días de rock, música electrónica, reggae, pop alternativo, soul, jazz o funk. Mitos consagrados al lado de promesas emergentes. Un punto medio, el justo equilibrio. La organización ha resaltado el comportamiento y buen ambiente generalizados y en los próximos días pondrá a la venta las entradas para la edición del 2017.
Todo empezó con un leve y anecdótico retraso de quince minutos en la apertura de puertas del viernes. A los jóvenes indies Pribiz, ganadores del certamen Movistar Artsy, les tocó la ingrata tarea de romper el hielo bajo un calor asfixiante, cuando todavía los camareros de la zona no habían llegado.
Pronto la coincidencia de oferta obligó a escoger. En el escenario Time Out, Esperanza Spalding, que dos días antes había triunfado en el Getxo Jazz, reveló los entresijos de su quinto disco de estudio en diez años, “Emily’s d+evolution”. La primera artista de jazz de la historia en lograr el Premio Grammy a la Artista Revelación (2011), vestida de blanco y con corona, sorprendió con una actuación muy teatral. A la misma hora, en el StubHub, Cat Power mostraba su cara más amable y dulce: tenía un buen día.
El alejado escenario de Radio 3 asistió a la resurrección musical de Adrià Puntí, inversamente proporcional a su decadencia física. Este genio loco, uno de los mejores talentos de la música catalana de las últimas dos décadas, empezó cantando ‘soy torpe y gafe’. Arropado por una banda muy rockera, el que fuera líder de Umpah-pah clamó por el mestizaje (‘Visca Catalunya con charnegos’), no rescató ningún tema de su antiguo grupo, instó al aplauso constante, bailó de manera tonta casi riéndose de sí mismo, -al estilo autoparódico de Michael Keaton en ‘Birdman’-, y terminó sentado cantando ‘Ull per ull’ con un público entregado. No quería irse pero le obligaron a hacerlo, pese a ‘amenazar’ con quedarse lo que hiciera falta.
Damien Rice encandiló, especialmente cuando hizo de hombre-orquesta y grabó diferentes sonidos para que le acompañaran posteriormente. Bunbury, que abrió con ‘Iberia sumergida’ y ‘El camino del exceso’, aplicó su habitual pose histriónica pero le faltó punch. Uno de los ‘tapados’ de la noche fue Ramon Mirabet. Dos años después de tocar en un espacio reducido en el Cruïlla, el anuncio de Damm ha multiplicado su carácter mediático. De aquel chico que en 2010 fue tercero en la versión francesa de ‘Operación triunfo’ y que ganó atrevimiento, carisma y credibilidad actuando en las calles de París, subsiste la humildad, el talento y la diversión. Las canciones de su segundo disco, ‘Home is where the heart is’ convirtieron la velada en una algarabía festiva, -‘me lo estoy pasando de puta madre’, reconocía-, gracias a una prodigiosa voz rota y a la mezcla de soul, blues, jazz.
En plena noche, Crystal Fighters iluminó el Estrella Damm con su propuesta indie-electrónica y la magia de la txalaparta, instrumento tradicional de percusión de origen vasco. Unos metros más allá, los alemanes Seed revolucionaron con su reggae y dancehall desenfadados: tres cantantes con traje y una potente sección de viento que invitaban al baile y la sonrisa. Una revisión del mítico tema ‘Wonderful life’ de Black fue su momento álgido. La madrugada fue conquistada por Vetusta Morla y su líder Pucho, que aprovechó para pronunciar unas palabras en catalán y reivindicar la música en directo en las calles y espacios urbanos.
El sábado arrancó con Pësh (alter ego de Santi Carcasona), ganadores del Concurso de Covers y que demostraron su oficio con un rock que bebe de las fuentes americanas. Xoel López, -musicalmente conocido como Deluxe hasta el 2012-, cautivó con su pop-rock energético.
Una legión de fans ya se preparaba para James, que quemaron el primer cartucho con ‘Getting away with it (all messed up’), en muchas ocasiones usada como apoteósico bis. Tim Booth volvió a jugar con la apuesta segura de sus bailes de San Vito, y entre posesión y posesión, se lanzó tres veces al público, que le llevó en volandas unas cuantas filas. El electrónico y sobreproducido ‘Girl at the end of the world’ sonó convincente al lado de sus canciones más representativas como ‘Come home’, una ‘She’s a star’ más lenta y ‘Sometimes’, coreada y alargada por el respetable, ya sin instrumentos.
Como decepciones, por la distancia entre la expectativa y la realidad, Alabama Shakes (pese a la entrega de Brittany Howard) y Robert Plant, plano y ensimismado en la pandereta pese a invocar hits de Led Zeppelin. Nada que ver con el ímpetu y autenticidad de los renacidos 091 ni con Fermín Muguruza y la New Orleans Basque Orkestra, fanfarria étnica divertidísima que a nivel rítmico vendría a ser una evolución lógica del ‘Sarri sarri’ de la era Kortatu. Instalado en una madurez con criterio, -a las antípodas del ‘Ñoñosti’ que acuñó su hermano Jabier-, tuvo tiempo de dedicar un tema a un técnico de sonido recientemente fallecido, acordarse de los presos y hacer gala de su incipiente catalán. El ánimo festivo encontraba el contrapunto emotivo con la majestuosa voz de su corista negra, de las que salen del alma y retumban en el fondo del estómago.
Love of Lesbian volvió a darse un baño de multitudes, desgranando ‘El poeta Halley’. “Orgullosos de ser de aquí”, proclamaba un Santi Balmes ejerciendo de maestro de ceremonias que alcanzó su cénit con ‘Club de fans de John Boy’. A las 2.15 Deborah Dyer, con look rapero (gorra y camiseta negra con letras doradas) presagiaba la tormenta: Skunk Anansie iba a descerrajar un espectáculo atronador, con una agresividad grunge y unos guitarrazos que enajenaron al público, paralizando bruscamente cualquier tentación de bostezo o cansancio. Incluso se permitieron una referencia humorística sobre el Brexit. De manera simultánea, el hip-hop cercano de Ana Tijoux mantenía el calor de un festival que cerró el domingo con Elefantes, Calexico y numerosas actividades lúdico-familiares y que continúa siendo fiel a su nombre, un cruce de caminos entre estilos. La pureza está en la diversidad y la raíz en cada rama.
Tx: Carles Batalla
Fotos: Xavi Torrent