Sónar 25,… Trá, trá. (por Pat Quinteiro)

Podría parecer que esta particular crónica «en clave femenina» del Sónar llega ya un poco pasadita de hora, podría. Pero es que por primera vez he hecho un ejercicio de contención y asentamiento de todo lo vivido durante el festival con el objetivo ( por cierto, no conseguido) de ver si se me pasaba un poco la euforia, se me asentaban las emociones y lograba finalmente reconducir este texto a la idea inicial que tenía, que no era otra que hablar de todas las mujeres de este 25 aniversario posibles y repasar el paso de algunas otras a lo largo de todos estos años. Pero nada, misión fallida. Pasan los días y es pensarlo y erizarme, de verdad que creo que tengo resaca de síndrome de Stendhal.

Hasta tengo una libretita llena de notas no se crean. En ellas hablo del flow en el Sónar Village de la rapera londinense de origen nigeriano Little Simz y de como se comió este mismo escenario con su rollo «urban-Jazz» IAMDDB, también de UK pero esta con raíces portuguesas y angoleñas. Hablo del derroche festivalero de la neoyorkina de origen coreano, Yaeji, a la que ni conocía la verdad, y de la que me encantó todo: su música, sus saltos, sus cantos… Aunque para bailes y saltos los que nos pegamos con el rollazo entre dancehall, r&b y gqom sudafricano de otra de UK. JAMZ SUPERNOVA.

Hay garabatos también sobre el AV Live en el Sónar Pub de la productora de Los Ángeles de origen coreano TOKiMONSTA, mezcla de hip hop, pop y experimental, y de la que me autoreseño, que pese a que en lo de las visuales se me quedó corta (soy de morro fino para esas cosas), en lo musical me resultó deliciosa. Y remarco cuán acertado fue hacerle caso a varios colegas de profesión que me dijeron que no me perdiera a Emma-Jean Thackray  y su cuarteto WALRUS en el Sónar Dôme. Y menos mal que les hice caso porque esta alumna de la RBMA es uno de esos genios que no sé si sabe que lo es, pero vamos lo es, lo es en mayúsculas, en mayúsculas de JAZZ.

Entre todas esas todas esas notas había discurso, créanme, lo había de verdad, pero mira, ahora solo me salen palabras como rollazo, o flow,… Hasta tengo notas de lo que quería ir a ver, como a SOPHIE, Nathy Peluso o Rosa Pistola por ejemplo, pero al final con lo de los síntomas de mi Stendhal no me dio más de sí la vida, mejor dicho, es que me daba ya todo igual.

Todo igual.

Y es que la fortuna quiso que al final pudiera acceder al Sónar Hall el viernes a las 18.30. No fue tarea fácil no se crean; pero tuve una estrella (gracias Enri). Y de esa estrella llega esta historia.

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Voy a intentar contársela, a ver si me explico. Situémonos: viernes, 18.30 , entrada del Sónar Hall.

Nunca, y repito, nunca, y llevo unos cuantos Sónar(s) ya en la maleta, vi semejante cola para ver un concierto en Sónar, nunca. No sabría decirles cuánta gente se quedó fuera. Pero mucha, muchísima. Tengo grabada en la retina esa larga cola gente, en silencio, mirando la entrada del Hall, esperando a que un repentino milagro les permitiera entrar; pero vamos, todo lo contrario, cada vez más y más y más cola… y claro, fue salir de su boca la primera nota, y no salirse de allí ni un alma. No sabría decirles por qué, pero ya en la cola se percibía en el ambiente que con lo que allí iba a suceder, Rosalía haría historia.

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Tan solo unos días antes, esta jovencísima catalana publicaba el videoclip de «Malantente«, una pieza visual y sonora impecable, innovadora, contemporánea, urbana, callejera, hiphopera, popera y flamenca, muy flamenca. La prueba de fuego era ahora ver como sonaba en directo, que es donde últimamente la mayoría de estos nuevos artistas «llamémosles más urbanos» (me) decepcionan. Pero al ver en directo a «Rosalía en directo«, poca broma, Malamente cobró doble sentido, y lo que le siguió la magnificó para mi. a nivel de estrella, estrella de las gordas, gordas. Tiempo al tiempo.

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Rosalía, por si todavía no la conocen, es una artista que combina y aporta innovación, vanguardia y tradición al flamenco. De su boca y su encandilador rostro dulce e infantil salen letras sinceras que aparecen en forma de susurros que tanto suben de repente varios escalones de tono llegando hasta los desgarros, como bajan desde la cima de esa fuerza directo a la más pura delicadeza en un solo peldaño. Rosalía canta y baila con el alma, como solo saben hacerlo los grandes. Y no puedo imaginarme hasta dónde pueden llevarla los años, porque faltándole rodaje, lo que le sobra ya a la Rosalía de hoy día, es arte, pero ARTE, ARTE.

La misma fortuna que me permitió entrar, también quiso que me quedara muy lejos,.. Así que como a lo de verla bailar no llegaba, me centré en escucharla, y solo de vez en cuando, vislumbraba lejana su coreografía, sus trajes, sus manos, su poderío femenino – y flamenco – sobre el escenario. y esa puesta en escena suya de estrella. Y me «da mucho coraje» no saberles transmitir con palabras lo maravilloso que fue escuchar así su concierto… ni como eran esos silencios eléctricos contenidos por 4000 personas a las que les se les iba a escapar un «!Ole!» en cualquier momento, pero que, como yo, se los aguantaban para no perderse nota ni palabra.

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Rosalía me hizo llorar abrumada, abrumada por tanta belleza. Sigue haciéndolo cada vez que la recuerdo. Un llanto íntimo que me sanó – y sana- por dentro, que me llenó -y llena- de emoción y que me reafirmó – y me reafirma- en el poder universal del arte y en la maravillosa capacidad del ser humano de contar cosas de entrañas a través de la música.

Fíjense cuántos días han pasado y cuanto vibro todavía,… Y eso, que como les decía, confiaba en que se me pasara, para poder contarles así el festival desde un punto menos personal. Pero esta vez tendrán que disculparme, no soy capaz.

En estos días de autoimpuesto descanso emocional de «croniquera de festival», he Investigado un poco qué decían ,de mi caso de Stendhal, público y medios. Entre los muchos titulares uno decía algo así como «Rosalía, echa a volar en Sónar», no señor@s no, no nos confundamos, en Sónar los que echamos a volar fuimos nosotros con ella.

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Y he leído otros recientes, pero ya no relacionados con Sónar, de críticos y expertos en flamenco que reniegan de ella porque no lo ha «mamao«, porque no es «flamenca», porque lo ha investigado y se lo ha hecho suyo… pareciera que el flamenco es válido solo para los de pura cepa. Otros dicen que «va a ser que no» porque con su voz habría registros del género a los que Rosalía no llegaría. Y mira, tanta negativa me ha hecho recordar la historia de «La leyenda del tiempo”, esa maravilla de disco de ese Camarón que se nos fue hace justo 25 años ahora, y por lo que tantos palos recibió, porque «aquello que cantaba aquel flamenco, no era flamenco», fíjate tu, saliendo a Camarón de su boca… Y todo eso me ha hecho pensar, que a mi me pasa igual con la electrónica, la que me viene por detrás digo. Que hay cosas que «como que no» porque como no siguen mi idea preconcebida del género, por sistema las destierro. Lección aprendida.

No, en esto de la música no se trata de ponerle límites ni etiquetas a lo que sale del alma a ningún artista. Porque, si como ha hecho Rosalía con el flamenco, un artista coge un género, se lo hace suyo y lo reinterpreta, y el resultado es que lo cuenta así de bonito y sincero como ella lo cuenta, quién soy yo ( ni tú) para decir que eso, eso no es también flamenco.

Y es quién me iba a decir a mi, technera de pro, que lo que más me iba a emocionar en la 25a edición de mi festival electrónico de referencia, sería una joven de 23 años, bailando, palmeando y cantando, a capela y por bulerías, y que lo único que iba a poder decir, y ahora sí, es: !OLE, OLE Y OLE!.

P.D: Gracias Sónar por una vez más, abrirme la «mirá» hacia lo nuevo.

P.D. 2: Gracias Miki, por capturarme con tu cámara, la magia de esos momentos.

P.D 3: Gracias Alba G. Corral por recorrerte una vez más Sónar a mi lado.

Texto: Pat Quinteiro

Fotos: Miki Villagrasa